jueves, 13 de diciembre de 2012

Enamórate de tu hijo


Al igual que ocurre cuando dos personas se enamoran, que comparten momentos únicos de felicidad, desean permanecer unidos y hacer cosas juntos, así en buena parte debería ser la relación con nuestros hijos. Con importantes salvedades, la relación con nuestros hijos debería tener ese algo de pasión que nos hace vivir intensamente momentos inolvidables.

Mi hijo mayor tiene once años y ahora miro con nostalgia y con algo más de sentido crítico las cosas que tanto me preocupaban y que no me permitían disfrutar con plenitud de mi hijo. Me apena aquello que le podía haber dado y no le he dado. Nuestro hijo mayor, en parte, es el conejillo de indias con el que aprendemos a ser padres y con el que más ansiedad e inseguridad mostramos.

Andaba yo muy afanada con mi hijo mayor en que el niño comiera su ración exacta de comida (aún provocándole algún llanto), durmiera sus horas, no llorara y estuviera siempre perfecto…, pero creo que no lo disfruté, simplemente, pasó. Mi nerviosismo y mi acusado sentido de la responsabilidad y del deber, me ponían demasiado tensa para dar prioridad a compartir momentos, sin más preocupaciones que jugar y reír. Echo de menos no haber mostrado ese “enamoramiento” apasionado por él, pese a quererle muchísimo. Estaba deseando que creciera para sentirme liberada y ver el resultado de mi labor, y ahora, me gustaría revivir algún episodio pasado en el que no estuve a la altura de una mujer enamorada del regalo de su maternidad.

Una amiga me comentó que su suegra había tenido cinco hijos y ahora que ya es anciana, decía que tenía un sueño que se repetía constantemente: soñaba con el tiempo en el que  sus hijos eran pequeños y ella los cuidaba. Pese a la cantidad de trabajo que tenía, esta mujer reconocía, desde la perspectiva de los años, que había sido la etapa más feliz y plena de su vida. El tiempo pasa volando, nuestros hijos crecen a gran velocidad, parece que hace nada los cargábamos sin problemas en nuestros brazos y ahora ¡son tan grandes y saben tantas cosas!

 Creo que he disfrutado mucho más con mis otros hijos que con el primero, pese a tener más trabajo. La edad y la experiencia, hacen ver las cosas con más perspectiva, con más serenidad, dando más y exigiendo menos, viendo la perfección en los momentos cotidianos y teniendo la perspectiva de una mirada más relajada a las cosas acontecidas con nuestros hijos. Relajémonos, enamorémonos y disfrutemos de estos momentos con nuestros pequeños porque el tiempo vuela y no deberíamos tener que añorar tiempos pasados.

Patro Gabaldón

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Relación entre el sueño y el crecimiento de los niños

El sueño es una necesidad biológica importantísima para todos, pero especialmente para los niños, ya que está directamente relacionado con la necesidad de restablecer la energía, con la capacidad de atención, el estado ánimo y el crecimiento neuronal y físico.

A mi pequeña vecinita se la escuchaba llorar muy a menudo, cogía una rabietas que se la escuchaban a 500 metros a la redonda y, sinceramente, creo que ese carácter tan exasperante que decía su madre que poseía se debía a su falta de sueño. Cenaba tarde, se acostaba tarde y se levantaba muy temprano ¡era todavía pequeña para ese ritmo de sueño de adulto! No es cuestión de tener mal humor, es que la pobre no descansaba todo lo que su cuerpo y temperamento necesitaban. ¡Los sábados y domingo apenas se la escuchaba!

La relación entre sueño y crecimiento está en la hormona del crecimiento que se segrega en mayor cantidad después de la primera hora de sueño nocturno o en las siestas largas, de ahí la importancia de que los niños duerman del tirón, no de forma intranquila o interrumpida. Esta hormona actúa sobre los tejidos del cuerpo, desarrollando células y ayudando a metabolizar las proteínas. Y, aunque la liberación de esta hormona no sólo está asociada al sueño, sino también a  la alimentación, el ejercicio físico y la estabilidad emocional, el descanso adecuado permite mantener unos valores equilibrados para que el niño llegue a su máximo potencial de crecimiento.

No dormir correctamente afecta a los procesos cerebrales, un niño que no duerme lo necesario puede ver afectado considerablemente su aprendizaje y la ejecución de sus tareas. El cansancio físico, la distracción y la falta de concentración son las consecuencias de una posible falta de sueño en los niños, de ahí la importancia de que creemos desde pequeños buenos hábitos de sueño, favoreciendo rutinas y respetando los momentos marcados fisiológicamente, es decir, la noche y la primer ahora de la tarde.

La duración total de sueño va disminuyendo con la edad, especialmente el diurno, pero hasta los cuatro años es muy importante también mantener la siesta de las primeras horas de la tarde, ya que parece haber una tendencia fisiológica a quedarse dormido o mantener los niveles de atención más bajos a estas horas. Aunque los niños más mayores no logren conciliar el sueño en estas horas, es recomendable que tengan actividades más tranquilas o que requieran de menos esfuerzo y atención. ¡Escuchemos a nuestro cuerpo! Comamos cuando tengamos hambre y descansemos cuando estemos cansados.

Patro Gabaldón

martes, 6 de noviembre de 2012

Los niños y la fe



¿Es realmente bueno renunciar a ofrecer una educación religiosa a nuestro hijo, en pro de su libertad de elección en el futuro? Muchos padres arguyen que es mejor no cercenar la libertad de sus hijos en este terreno, pero la realidad es que los padres, quieran  o no, son las personas más influyentes para sus pequeños en todos los aspectos, y tan singnificativo puede ser para un niño enseñarle una religión como no enseñársela.

Evitar que nuestros hijos tengan una formación en creencias religiosas está muy bien visto hoy en día, parece responder a una forma independiente y crítica de pensar, pero nada más lejos de la realidad. Los valores religiosos nos ayudan a definir qué es bueno y cómo podemos ser felices. Negarlo a nuestros hijos es como negarles nuestra comida para que sean ellos decidan los alimentos o los sabores que han de probar cuando tengan posibilidad de elegir.

Si bien hay que respetar las propias decisiones de los hijos, cuando estos son lo suficientemente mayores para discernir, la influencia de los padres es importantísima a la hora de poner las bases y moldear la personalidad de los niños. Los valores humanos, el derecho natural y el buen comportamiento que trasmiten la mayoría de  creencias religiosas, son altamente educativos.

En un periódico de tirada nacional leí que diversos estudios sociológicos y antropológicos demuestran que las personas religiosas son más felices, más estables y mejor integradas en sociedad. Según el artículo (poco condescendiente con la religión, por cierto), es como si el cerebro humano hubiera evolucionado naturalmente para que seamos religiosos. Así que por qué negar a nuestros hijos lo que es natural y, objetivamente, les ayudará a ser más felices. El despertar a la fe es muy fuerte en los niños. Muchas veces  me ha hecho reír cómo para mis hijos Dios es una especie de Superhéroe, aunque realmente no dista tanto de lo que creemos.

A lo que debemos poner objeción, a mi parecer, es a obligarles a realizar prácticas religiosas que requieren compromisos personales que deban asumirse desde una madurez que ahora no tienen. En eso, estoy de acuerdo en que seamos cautos y respetuosos. Ahora bien, si la religión es parte importante de nuestra vida, hagamos a nuestros hijos partícipes de esta realidad; ellos la irán moldeando en su espíritu, hasta la llegada de la madurez necesaria para tener su propia vivencia personal.

 

Patro Gabaldón

martes, 16 de octubre de 2012

Las palabras que los padres no queremos decir…, pero las decimos

Nadie como nuestros hijos para sacarnos de quicio. Su insistencia para pedir lo que no deben, su inoportunidad para molestar cuando es más inconveniente, su inteligencia para encontrar lo que no debería caer en sus manos, etc. nos llevan a encontrarnos en situaciones en las que decimos cosas que jamás haríamos, pero que decimos.

“¡Al que no se calle le arranco la lengua!” “¡Como vuelvas a tocar eso, te corto las manos!” ¡”Ven aquí que te voy a machacar la cabeza!” Muchos padres acaban oyéndose decir estas u otras barbaridades similares.

Personalmente creo que es prácticamente inevitable, es un resorte que se nos dispara; sólo una inmensa paciencia puede librarnos de pronunciar disparates cuando el cansancio, la prisa o la inoportunidad se mezclan con las “delitos” de nuestros hijos. Desde su curiosidad inocente hasta sus celos recalcitrantes, casi todo lo que sienten o piensan les empuja a tramar actos que nos llevan al límite de nuestros nervios.

Contar hasta diez muchas veces no sirve; morderse la lengua tampoco, ¡si no queremos envenenarnos! Quizá respirar profundamente, para ser conscientes de que nuestro fuego interno se aviva, y tratar de calmarlo para no dar mal ejemplo a nuestros pequeños. Corregirles es tan necesario como hacerlo de forma moderada. A veces, cuando se me ha escapado alguna de estas frases estelares, me viene bien echar mano del humor, que aunque el niño no entienda, a mí me permite controlarme; algo como “ven aquí que te voy a arracar la cabeza... y se la voy a a dar a los nomos para que la pinten de verde” o “como vuelvas a coger el cuchillo te parto la cara... de un beso”. 

Si se nos ha escapado la amenaza desproporcionada, reaccionemos rápido para explicar razonadamente lo que queríamos decir o pidamos disculpas a nuestros hijos por nuestro nerviosismo. Los niños entienden que nos sacan de quicio, y desde luego nos escuchan si ven que les reprendemos con motivo.

Siendo realistas, la mayor parte de las veces ellos son auténticos angelitos, y nosotros auténticos santos. Para cuando no lo son y no lo somos, respiremos, parémonos un momento, y pensemos con cordura nuestras reprimendas.  

Patro Gabaldón

martes, 19 de junio de 2012

Compartir tareas domésticas con los niños

Hace unos días mis hijos se lo pasaron en grande saltando en las camas, sacando juguetes y abriendo cajones a su antojo… Casi me da algo cuando entré en sus habitaciones ( ni siquiera la mía queda libre de sus zarpas destructivas) y  vi tiradas las colchas de las camas recién hechas por el suelo, pinturas, juguetes, zapatos desperdigados y ropas arrebujadas en las esquinas. ¡la sonrisa de la cara más sonriente, se borra ante tal espectáculo! 

Os podéis imaginar mi enfado tras su tropelía, así que les obligué, dando la batuta y responsabilidad del resultado final  a mi hijo mayor, a que dejaran todo tal y como se lo habían encontrado, es decir, en orden. Al cabo de media hora me dijeron orgullosos que ya habían acabado y realmente me sorprendieron gratamente por lo bien que lo hicieron.  Mi sonrisa volvió a aparecer y mi hijo me dijo que se lo había pasado muy bien organizando y colaborando con la brigada de limpieza.

A veces, con el ejemplo que le damos a nuestros hijos no basta, ya podemos partirnos los lomos haciendo las tareas de casa que nuestros hijos no se animarán a realizar labores domésticas a no ser que nosotros le estimulemos y acabemos logrando que sea un hábito más para ellos.

Los hábitos se crean a partir de la repetición y el estímulo, así que en un principio debemos armarnos de paciencia y repetir una y otra vez a nuestro hijo los nuevos encargos acordes a su edad y responsabilidad. Nuestro hijo debe entender que esta obligación pertenece al global de los integrantes de la familia, nadie debería escurrir el bulto o evadirse porque todavía es pequeño o porque no tiene tiempo. Para asignar las tareas pensemos en cuál puede ser la más adecuada y educativa para cada hijo atendiendo a sus gustos, carácter o capacidades personales. 

Conseguir que sean colaboradores en casa de manera constante, les educa para una buena convivencia y favorece la creación de un auténtico hogar para todos. Para conseguir que compartan con nosotros el trabajo de llevar un hogar, debemos hacerles sentir lo agradable de sentirse en una casa recogida, limpia y ordenada, que entiendan que mamá o papá no puede ir tras ellos, recogiendo lo que destruyen o manchan, que entiendan que todos los integrantes de la familia, desde el más mayor al más pequeño, forman un equipo a la hora de enfrentarse a las responsabilidades de la casa. 

Todos, en mayor o menor medida, deben tener alguna responsabilidad para gozar del derecho de una casa en condiciones y una buena convivencia. A los más pequeños les bastará con mostrar independencia en su propio cuidado, recoger juguetes con los que ha jugado o mostrar respecto por el trabajo ajeno. Una vez, que vayan desarrollándose en ellos ciertas habilidades, debemos de ir inculcándoles la necesidad de que cuiden del orden establecido en casa y que colaboren con papá y mamá en el cuidado de la casa, especialmente de su habitación y sus cosas.

Deberíamos ofrecer progresivamente pequeños encargos domésticos y asignar tareas según las posibilidades y la madurez del niño. Tienen que entender que si ellos no cumplen con la tarea que se les ha asignado afectará al resto y que la costumbre hará afianzando el hábito. Hacer la cama, ordenar la habitación o el baño, echar ropa a lavar, guardar la ropa planchada en el cajón, organizar zapatos y juguetes, poner y quitar la mesa, reponer la bolsa en el cubo de basura o el papel higiénico, regar las plantas, apagar luces, hacer recados como la compra del pan o tirar la basura al contenedor, etc… deberían formar parte de su rutina diaria o semanal, sin necesidad de sobornos o remuneraciones.

Patro Gabaldón

martes, 12 de junio de 2012

Mi hijo no quiere lavarse

La adquisición de hábitos de higiene en los niños no sólo tiene importancia en el ámbito de su salud, también tienen una gran repercusión social, ya que la falta de higiene  puede repercutir en otras personas de su entorno y en la propia imagen.

Que el niño vaya con la ropa manchada o con las rodillas negras es esperable, después de una jornada en el cole, en el parque o en la calle; es indicativo de que el niño juega, disfruta y se relaciona. Pero desde pequeños debemos fomentar e incluso recompensar con el mimo y cuidado de su cuerpo a nuestros hijos. Un niño limpio, bañado y bien oloroso, se sentirá reconfortado e incorporará estos hábitos en su rutina diaria sin problemas.

Los más pequeños estarán encantados de experimentar por sí mismos el lavado de sus manitas o el lavado diario de  dientes con un gran despliegue de jabón y pasta dental… Pero no es raro que cuando las rutinas ya se han afianzado y son totalmente autónomos, nuestros hijos experimenten algún episodio de pereza e intenten escaquearse de lavarse los dientes, de peinarse, lavarse el pelo o ducharse. Sus habitaciones quedarán impregnadas de un olor a pies insoportable o los nudos del cabellos serán “misión imposible” para nosotros. Puede ocurrir que el niño que antes se perfumaba y se peinaba con gusto, pase a ser un descuidado con su higiene.

La higiene de una persona es algo que acabará perteneciendo a su intimidad, pero que sigue siendo una de las principales lecciones de urbanidad que debemos enseñarles. Los demás niños, pueden apartarse de los que presentan un aspecto desaliñado o sucio. Aunque la ducha, el lavado del cabello, la limpieza de orejas o el corte de uñas no sea a diario, es recomendable, eso sí,  que todos los días se laven la cara, manos, pies, genitales y dientes. Asimismo debemos enseñarles a que todos los días deben echar a lavar la ropa interior como braguitas, calzoncillos y calcetines y debemos supervisar la posible aparición de piojos por contagio, tan frecuentes en edad escolar, para atajar cuanto antes el problema.

El desorden, la pereza y la falta de nuestra supervisión pueden desencadenar que nuestro hijo abandone los correctos hábitos de higiene que antes le suponían un aliciente. La única manera de evitarlo será seguir observando su disposición,  ayudarles puntualmente en algún baño más en profundidad y evitar excusas del tipo “no me da tiempo” o “tengo mucho sueño”.

Patro Gabaldón

lunes, 28 de mayo de 2012

La timidez de los niños

A mi parecer, cierto grado de inhibición en el niño no debe considerarse una conducta indeseable. Si bien es verdad que un exceso de timidez se puede considerar patológica, especialmente cuando el niño toma conciencia de su falta de habilidades sociales y se encierra en sí mismo o se aisla del mundo, la timidez moderada forma parte de la personalidad normal de un niño.

Es frecuente que los niños muestren cierta desconfianza, especialmente a la hora de relacionarse  con los adultos que no forman parte del ámbito familiar.  No creo que sea peor un niño algo reservado que un niño que muestra un gran desparpajo en su relación con los mayores. Hay niños que por prudencia prefieren no arriesgar en su relación con otros;  como dice el famosa novela del El Quijote: “al buen callar, llaman Sancho”. Saber callar y mostrar una actitud reservada en las relaciones con los demás a veces son estrategias empleadas por los niños, no porque sean inseguros, sino porque analizan los diferentes grados de confianza o de respeto a las distintas personas y, a mi parecer, no debe ser corregida. Casi me resulta más extraño un niño charlatán que trata con la misma confianza o igual trato a  un compañero del cole que a un anciano en el parque, que uno que sea callado o discreto ante los desconocidos.

Los niños tienen que aprender a relacionarse no sólo con sus iguales, sino también con los adultos. Cada niño, igual que nos ocurre a los mayores, tiene su propia personalidad: unos son más introvertidos y otros más extrovertidos. A veces, al intentar obligar a nuestros hijos, a cumplir con protocolos de conversación u otros actos  sociales con los que no se sienten cómodos o para los que no están preparados, pueden suponerle frustración y todavía más inseguridad que la que nos parece a nosotros que muestran.

Que un niño sea tímido, no quiere decir que llegue a ser un adulto reservado o poco comunicativo. Las habilidades sociales se aprenden y aunque hay niños que tienen más facilidad por su naturaleza sociable y amable, la gran mayoría de los niños serán capaces de vencer su timidez y su falta de confianza con el tiempo.

Los padres podemos valorar cuándo nuestro hijo tiene una timidez excesiva que le produzca bloqueos e inseguridad en sus comportamientos con los demás y le impidan el desarrollo normal de sus habilidades sociales, tanto si se trata de episodios pasajeros como más duraderos.

Patro Gabaldón